sábado, 24 de abril de 2010

Trueque

Te presto mi manzana si tú me prestas la tuya, ¿por qué no?, solo un momento, una mordida, no necesitamos más.

Podremos saborear cada una de las manzanas, distinguir el olor de una y otra, saber qué manzana tiene mejor tacto, cuál pesa más, o menos, y cuál ha sufrido más daños. Por fin podrías entender la razón de que no me importe si son rojas o verdes, y el motivo de que siempre me coma la cáscara. Comprenderás por qué hay una de estas frutas en mi frutero, y entenderás que algunas veces me sepan a rayos y otras, en cambio, disfrute de cada mordisco.

Hagamos un intercambio de manzanas por un instante, es solo un juego, como a los que jugabamos de niños, y será una buena experiencia. Inténtalo, abre la mente. Ponte en mi lugar y yo me pondré en el tuyo. Muerde la manzana como yo lo hago. Intenta ser como yo, aunque sea un momento, sentir lo que yo siento, ver la manzana a través de mis ojos, no es tan difícil. Hazlo y vuelve a hacerlo las veces que haga falta. Te darás cuenta de lo rápido que empezaremos a entendernos mejor. Intercambia manzanas siempre que tengas la ocasión y aprende de cada mordida, porque merece la pena.


Hagamos un trueque.


domingo, 4 de abril de 2010

Rutinas

Me gustaría poder escapar siempre de la costumbre, vivir todos esos momentos que solo ocurren cuando conseguimos despistar a la rutina y dejarla atrás, hasta que vuelve a atraparnos. Me encantaría no tener planes organizados, horarios, responsabilidades o normas que me impiden disfrutar todo lo que debería y querría de la vida. Ojalá todo surgiera sobre la marcha, como pasó en cada buen recuerdo que guardamos en nuestras cabezas y que no queremos olvidar.

Un día probaré a retar a la rutina, haré que el tiempo desaparezca y perderé el miedo a envejecer. Olvidaré que existen el día y la noche, y así podré dormir cuando de verdad tenga sueño y si alguna vez me apetece dar un paseo, cuando todos duermen, lo haré. No existirá hora del desayuno, almuerzo, merienda o cena, porque comeré lo que me apetezca, cuando tenga hambre, aunque engorde. Lo haré todo porque me da la real gana.

Si consiguiera esto, no sentiría remordimientos por dejar las tareas de la casa o las de mis estudios sin hacer, podría seguir mis impulsos y corazonadas y elegir el camino que me apetezca seguir, sin importar cuál sea ni lo que me pueda encontrar en él. No tendría miedo a lo que ocurra en el futuro, a equivocarme en el presente o a recordar el pasado, así podría descubrir por primera vez el valor de mis sentimientos, ya que perdería el miedo a llorar, a temer, a decir lo que pienso, a hacer lo que quiero en el momento que quiera, equivocarme, avergonzarme o tal vez enamorarme.

Por una vez vería la vida de colores y no en blanco y negro, viajaría a cualquier lugar, aunque fuera en mi imaginación. Si me apeteciera, bebería alcohol hasta tener la peor borrachera de la historia, porque podré dormir todo el tiempo que quiera, hasta que me abandone la resaca y el mal trago. También podría dar caladas de cigarros, si es lo que me apetece, y no pensaría en que esto pudiera afectarme a largo plazo, en futuras enfermedades o en si moriré joven o no.

Podría estar una eternidad dando un beso, una caricia o un abrazo. Disfrutaría de mis amigos hasta agotarnos. Podría ver amanecer y atardecer cada día, sola o acompañada. Estudiaría lo que me gusta de verdad y no por obligación. Compraría ropa sin importar el estilo que sea, y no me interesaría lo más mínimo que sea la moda, que sea otoño-invierno o primavera-verano o que esté pasado de moda. Celebraría la Navidad en cualquier época y todos los días te regalaría algo por San Valentín. Me quedaría hablando contigo en donde sea hasta que no aguantemos el sueño y el hambre o hasta que te canses de mi. Si hace falta, también me enfadaría o lloraría, pero por cosas que tienen importancia de verdad y probablemente desaparecerían las preocupaciones.

Podría cantar bajo la lluvia como en la película, gritar, saltar o correr, sin importar a quién pueda molestar o si es el sitio adecuado para ello. Tendría mis propias normas de conducta, escucharía mi música el tiempo que quiera, respondería a tus preguntas y tú a las mías. En algunas ocasiones volvería a ser una niña. Empezaría a creer que el dinero no da la felicidad.

Podría estar toda la vida escribiendo en este blog lo que me pasa por la cabeza, pero mi día a día no me deja. Odio la rutina, probablemente sería muy felíz si no existiera, o quizás sería infeliz, porque en parte, gracias a que la rutina existe, sabemos valorar los mejores momentos de nuestra vida.

Por cierto, es frecuente que en cada entrada relacione lo que escribo con las manzanas. En esta no lo he hecho,  para romper con esta costumbre rutinaria. : )